viernes, 28 de julio de 2017

LA PALABRA - ORDET


EDITORIAL

La montaña está en el mismo lugar de siempre. Pese a la cantidad de veces que escuchamos cierta frase, sigue ahí, apuntando al cielo. Quizás se haya desplazado por algún movimiento tectónico, pero no más que eso. Y al cielo, justamente, apuntan también ciertos rezos implorando algún tipo de ayuda divina. Cuando la ciencia nos da la espalda, buscaremos algún milagro que nos pueda cambiar el destino. Todos sabemos que en nombre de la fe se comercializa y hasta se imponen ciertas religiones o ideologías. La fe teológica, es radicalmente diferente a otro tipo de fe, ya que tendrá que batirse a duelo con las ciencias, que siempre estarán en desventaja, pese a su probabilidad científica. Lo que marcará nuestro camino será nuestra propia fe, la individual, basada en nuestros conocimientos y decisiones. Alguna vez el amigo Miguel de Unamuno dijo “El que tiene fe en sí mismo no necesita que los demás crean en él”. Tomamos esa frase como de vital importancia, ya que un hombre sin fe, es un alma sin vida. Alguien que no cree en sí mismo, perderá la batalla antes de que empiece la guerra. La creencia de los demás, pasará a segundo plano si el que cree es uno mismo. Será ese convencimiento el que nos lleve a ganar nuestras partidas más difíciles. Hasta allá iremos enarbolando la bandera de la esperanza, creyéndonos siempre capaz de sobrepasar cualquier barrera. Será tiempo de empezar a pensar a la fe como algo individual, aunque entendamos que en ciertos momentos nos aferremos a cualquier cosa que encontremos. Hacia allá, mis amigos, apuntan nuestros pensamientos. Les damos la palabra…

Marcelo De Nicola.-

Canción post editorial


 Extraña letra de Massacre


 IMPRESIONES SOBRE ORDET


La fe acude allí donde el pensamiento se detiene. En aquel lugar donde las ideas tropiezan en su enérgico intento de ser discurso de aquello que es y sucede. Sobre aquel lugar oscuro recogerá sus frutos la fe, saciando un hambre poco pretenciosa, con la inmediatez fugaz de una tímida llama arrojada al abismo del conocimiento. En su uso cotidiano, entendemos como fe a la suposición, sin embargo, en el campo religioso, el concepto se encuentra emparentado directamente con la creencia. Será entonces la encargada de la comprensión del mundo metafísico dualista y se gestará ante la incapacidad o imposibilidad de los seres humanos de explicar fenómenos naturales. Ante tal desamparo surgirá el desesperado recurso de la construcción de la deidad y será allí, entonces, la noche más corta. Aparecerá aquel ser superior llamado dios marcando el instante en que la fe se transforme en superstición. El conocimiento, mis queridos amigos, reconoce solamente el mundo de lo finito, el mundo de las apariencias y los fenómenos visibles, aquello que cineastas como Pasolini o Bresson llamaron, quizás apresuradamente, realidad, mientras que la fe, percibe lo eterno, aquel mundo inteligible en sí. 


Será en aquel mundo, en aquel universo, donde la palabra tome un valor de carácter mágico en el binomio de la significación, y entonces, es probable que ya no seamos dueños de nuestra conciencia. Esta disputa, trabajará el director danés Carl Dreyer, en el año 1955 en aquella adaptación de la obra teatral de Kaj Munk llamada Ordet. El film acarreará de la obra teatral la tonalidad en el trabajo actoral, el cual balanceará correctamente el recurso corporal con el dialogado. La fotografía será de una calidad muy poco vista, entregando fotogramas extraordinariamente compuestos, diseñados e iluminados. Estará el lenguaje cinematográfico en su mayor esplendor en cada puesta. Se trabajará por lo general, en locaciones de interiores, lo que favorecerá al pictorialismo evidente en toda la cinta. Su estructura será lineal y estará organizada según la división clásica de los tres actos Aristotélicos. Oscar Wilde, dijo alguna vez no sin ingenio, que cada hombre, en cada instante de su vida, es todo lo que ha sido y todo lo que será. Tal idea, es probable que nos haga pensar en aquel personaje con el cual este grupo de personas poco recomendables que hace este programa, generó más empatía. 


Hablo aquí de Johannes, aquel hombre de lengua filosa, que perdiera la cordura tras la lectura de textos filosóficos, entre ellos los producidos por el amigo Kierkegaard. Sera Johannes el encargado de cuestionar la fe de todos, aun creyéndose el mismo, el propio Cristo y producirá a través de la palabra, lo que todos interpretaran como un milagro. La fe, mis amigos, es un acto abarcador el cual no decidimos. Jamás podremos forzar la fe en algo, aunque en el barrio obliguemos a todos bajo las amenazas pertinentes a llamarnos Cristo. Los que esta mesa ocupamos hoy, carecemos lastimosamente de aquella fe de la que hablamos, aun entendiendo que el porvenir está compuesto de ella. Bien nos gustaría pensar que al final del camino, estarán aquellos a los que amamos, esperándonos en un banquete jamás imaginado. 


Varias angustias menos tendríamos sobre nuestros hombros al aventurar nuestra inmortalidad de aquella forma, imaginando fervientemente aquel festival último de las almas. Muy por el contrario, este programa en más de una ocasión, se ha manifestado a favor de aquella idea Unamuniana de que si de inmortalidad hablamos, preferimos siempre la inmortalidad de bulto y no sombra de inmortalidad. Preferimos ser dueños de nuestra conciencia, aunque el único mérito de todo esto no sea otra cosa más que pena. Todos nos moriremos y no habrá milagro para nosotros que nos convide con el reencuentro. Será nuestra tarea, entonces, hacer de esta fugacidad algo que valga la pena.

Lucas Itze.-

Canción post impresiones



Hablaba de lo bueno que puede ser, tener fe y no tener religión…



UNIVERSO DREYER


Carl Theodor Dreyer tuvo una infancia complicada. Su madre, Josephine Nilsson, era una sirvienta en la granja de Jens Christian Torp en Suecia. Al quedar embarazada, él no quiere tenerlo, por lo que ella vuelve a Dinamarca, y lo abandona una vez nacido para volver a Suecia. Termina en un orfanato, donde antes de los dos años es acogido por la familia Dreyer, aunque su madre adoptiva fallece poco tiempo después. Sus padres adoptivos eran rígidos luteranos y sus enseñanzas probablemente influyeron en la severidad de sus filmes. Desde muy joven le señalaron su privilegiada situación y la idea de que tendría que valerse por sí mismo. 
Su relación con su padre adoptivo, con quien compartían el nombre, nunca fue buena, por eso se crió en un ambiente solitario y hostil, hasta que a los 16 años se fue de la casa. De manera autodidacta, comienza estudios universitarios de historia y arte, y se dedica al periodismo trabajando para diferentes diarios. Es así como, en 1912 entra en contacto con la mayor productora cinematográfica danesa, Nordisk Films, para la que realiza rótulos de películas. Comienza a arreglar argumentos, recomendar novelas para adaptar y abandona el periodismo por una nueva profesión que resulta más rentable. Aprende montaje y pronto se convierte en un verdadero cineasta.
En 1919 dirige su primera película, El presidente, donde establece los rasgos esenciales que definirán toda su obra: importancia de los decorados, abundancia de primeros planos, rigurosidad en la labor interpretativa, importancia de los gestos, gran sentido de la composición y un montaje extraordinariamente preciso. 


Luego siguió con su primera gran película, Páginas del libro de Satán, inspirado en Intolerancia de Griffith que tanto influyó en el cine nórdico, germano y ruso. En esta película Dreyer aborda los grandes temas de tipo religioso y humano, de tradición medieval, dentro de la línea en la que se moverá todo el cine nórdico hasta Bergman. Dreyer se presenta como un director complejo, que aborda los temas medulares de la religión desde una perspectiva cristiana, con un espíritu muy crítico.
El cine danés cae en declive y Dreyer viaja a Suecia para realizar La viuda del pastor (Prästänkan, 1920), como de costumbre, una película ambientada en la Edad Media. En este film otorga una importancia fundamental al rostro humano que jamás abandonará, y que posteriormente heredará Bergman. A través de un detallado estudio del rostro el director expresa lo inexpresable del hombre, mostrando su preferencia por los rostros ancianos pero verdaderos, sin maquillajes. Este recurso lo dominará con Érase una vez..., donde los actores son auténticos habitantes del gueto berlinés. Luego llegan Los Estigmatizadores, hecha en Alemania, Érase una vez, Deseo del corazón, El amo de la casa (que le dio un gran éxito en su país) y La novia de Glomdal, esta última rodada en Suecia. Luego del éxito en los países nórdicos, recibió un llamado desde Francia, donde La Société Genérale des Films le encargó la realización de un largometraje sobre alguna heroína nacional: Juana de Arco, Catalina de Médicis y María Antonieta; por un mero sorteo, salió la primera. Era 1926 cuando filmó La pasión de Juana de Arco, que salió en 1928. 


Para no quedar encasillado como místico, en 1932 filma Vampyr, la bruja vampiro, una meditación surrealista sobre el miedo, que hoy se considera maestra. La película era muda, pero con los años se le fue agregando voz mediante el doblaje. La película fue un fracaso económico, y Dreyer estuvo más de un decenio sin rodar más que documentales, que no apreciaba.
En 1943 hace al fin Dies irae (Día de ira), una severa crítica a las creencias en la brujería y sobre todo a su represión brutal mediante el fuego. Con este film Dreyer fijó el estilo que habría de distinguir sus posteriores obras sonoras: composiciones muy cuidadas, cruda fotografía en blanco y negro y tomas muy largas. Hizo en Suecia Dos personas (1944), con actores impuestos y no deseados, que para él fue fallida, si bien es una historia de interés dramático. Pasó un largo período sin rodar. Su oposición al nazismo, con sus secuelas raciales, le condujo a un violento rechazo. Para él, la expulsión de tantos artistas y escritores, desde 1933, convirtió una gran cinematografía en pura basura. Siguió entonces haciendo documentales, hasta que en 1955 dirige La Palabra.
La última obra de Dreyer fue Gertrud (1965), basada en la pieza homónima de Söderberg. Si bien es muy distinta a las precedentes, resulta una especie de testamento artístico del autor, en la medida en que trata de una mujer que al separarse de su marido se mantiene fiel a su ideal de amor: amar al otro por encima de todo, incluso, de uno mismo. Ella, con gran vitalidad, no se arrepiente nunca de las elecciones tomadas como dice al final, pasados muchos años.
Fue un director muy encerrado en sus ideas y proyectos (pero con preocupaciones políticas esenciales), de hecho no fue a ver películas en general. De los nuevos, nada vio de Bresson, alabó Jules et Jim de Truffaut y la segunda parte de Hiroshima mon amour de Resnais, asimismo El silencio de Bergman («una obra maestra»), del que no conoció mucho más. Si bien su carrera duró cincuenta años, desde los años 1910 hasta los años 1960, su concentración, sus métodos tan rigurosos, la idiosincrasia de su estilo y la obstinada devoción por su propio arte hicieron que su producción resultase menos prolífica de lo que hubiese podido esperarse. De hecho prefirió la calidad a la cantidad, lo que le llevó a producir algunos de los mayores clásicos del cine internacional. 
Su honestidad consigo mismo y su trabajo; así como, su fidelidad a su vocación y gran pasión, el cine como expresión artística, hizo que sólo hiciera las películas que pensaba debía hacer y tal como debía hacerlas. Su perfeccionismo, por ejemplo, le hizo suspender un rodaje porque las nubes no iban en la dirección esperada o elaborar costosos decorados sólo para que los actores se sintieran más inspirados. En Apuntes sobre el estilo Dreyer escribe que su cine busca las experiencias íntimas del hombre y trata de adentrarse en el misterio y en los conflictos interiores de los humanos. Por otra parte, teorizó sobre el color naciente en el cine, sobre la oscuridad como valor, sobre el cine sonoro, sobre el realismo, a la vez necesario y superable, sobre la ausencia de maquillaje como depuración.

Nos fuimos con…



FICHA TÉCNICA

Título original: Ordet
Año: 1955
Duración: 125 min.
País: Dinamarca
Director: Carl Theodor Dreyer
Guion: Carl Theodor Dreyer (Obra: Kaj Munk)
Música: Paul Schierbeck
Fotografía: Henning Bendsten (B&W)
Reparto: Henrik Malberg,  Emil Hass Christensen,  Preben Lerdorff Rye,  Cay Kristiansen, Brigitte Federspiel,  Ann Elizabeth,  Ejner Federspiel,  Sylvia Eckhausen

SINOPSIS


Hacia 1930, en un pequeño pueblo de Jutlandia occidental, vive el viejo granjero Morten Borgen. Tiene tres hijos: Mikkel, Johannes y Anders. El primero está casado con Inger, tiene dos hijas pequeñas y espera el nacimiento de su tercer hijo. Johannnes es un antiguo estudiante de Teología que, por haberse imbuido de las ideas de Kierkegaard e identificarse con la figura de Jesucristo, es considerado por todos como un loco. El tercero, Anders, está enamorado de la hija del sastre, líder intransigente de un sector religioso rival. Tal circunstancia revitaliza la discordia que siempre ha existido entre las dos familias, ya que ninguna ve con muy buenos ojos que sus hijos contraigan matrimonio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario